Lectores sonrientes.

viernes, 15 de junio de 2012

Un misterio, demasiados enigmas. 1/∞


Deslizo despacio sus dedos delgados y con un toque fino por la gruesa pero delicada superficie de color madera, mientras a su vez intentaba hallar un modo de abrirla y descubrir lo que hacía tiempo intentaba saber, y hasta ese momento sin ningún resultado. Emma se había obsesionado con ese pequeño cofre desde hacía diez años, y ni siquiera se había planteado su vida profesional y personal, su día a día era descubrir cuál era el truco de ese insignificante cofre. Sus grandes ojos azules grisáceos aún poseían la luz y la alegría que siempre le habían caracterizado pero también demostraban el cansancio que llevaban, su rizado cabello  de color pelirrojo descendía hasta la cintura, su pequeña nariz y sus finos labios rojos le hacían una mujer realmente bella, aunque lo que más se admiraba de ella era su elegancia para moverse, sus pasos decididos y seguros. A sus treinta y ocho años, había olvidado lo que significaba realmente la vida, nunca se había planteado casarse y mucho menos tener hijos, su día a día era averiguar el código para abrir ese cofre de una vez, diez años que para los que estaban a su alrededor malgastados, en cambio para ella, era un tiempo muy bien invertido, había conseguido avanzar en el campo de investigación de la C.I.A, pero  sin resolver  el caso del cofre que ahora tenía entre sus manos.
-Venga, cofrecito de mi vida, ¿Como te abres? - le preguntó un día al cofre, claramente no recibió respuesta alguna de el, pero ella no se rendía.
Ella una mujer fuerte, segura, sociable, elegante pero a la vez discreta, una mujer verdaderamente positiva. Desde hacia prácticamente toda su vida, había convertido el hotel The Montcalm en su primer e único hogar, tenía todo lo que cualquiera hubiese deseado tener, pero que solo unos pocos podían hacer realidad sus sueños, gracias a la perspicacia de su padre y al esmero de su madre, su familia se mantenía entre una de las más ricas de Londres, su fortuna ascendía a unos novecientos veinte mil millones de libras, y ese dinero seguía subiendo. Emma Campbell abatida se sentó en el sofá más cercano que tenia, desde hacía una semana no podía pegar ojo, su mente estaba continuamente tensa, y poco a poco esa tensión afloraba a la superficie, al menos había perdido unos cinco kilos desde la última vez que recordaba haber dormido, mientras poco a poco sus ojos se iban cerrando, su madre entraba despacio y prácticamente en silencio en la habitación.
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-¡Emma!- le gritó su madre, con  voz alterada- No te duermas, cariño, esta noche tenemos un evento muy importante, vístete ya, las maquilladoras viene a las seis en punto-dicho esto, se fue como había entrando, dejando a su alrededor, el olor del último perfume de Channel.
-Ya voy mama….-le respondió Emma en un susurro, cuando oyó el leve sonido de la puerta al cerrarse-Bueno, otro día sin dormir –se dijo a sí misma, mientras se dirigía al  armario.
Emma se vistió con unos pantalones beige, un jersey sin mangas  rosa claro casi blanco y unos zapatos de tacón del mismo color que el jersey para asistir al evento anual que su padre celebraba en honor a la C.I.A., por su esfuerzo y dedicación para resolver e investigar cualquier caso de alto riesgo. Emma se miro una vez más en el espejo, esperando que las maquilladoras de su madre llegasen. Su madre, Tina Campbell, una mujer de unos sesenta y nueve años, elegante como su hija, amable, cariñosa y muy perfeccionista, poseía unos ojos azules que rara vez pasan inadvertidos ante los demás, su sonrisa de calidez y sencillez, la hacía única como decía su padre, Alberto Eduardo Campbell, jefe de la C.I.A desde hacia veinticinco años, procedente de una familia holandesa rica, con unas raíces un poco multiculturales, aunque se habría criado en Inglaterra, aún tenía el acento francés de su madre, era demasiado tímido , discreto, y como su mujer, perfeccionista pero no muy excesivo. Emma quería ser como su padre, lo admiraba y lo quería demasiado, igual que a su madre, de pequeña solo tenía el apoyo y la compresión de ellos dos, era hija única, la criaron en los mejores colegios, pero la enviaron a una universidad pública, casi nunca le permitieron ningún caprichoso en exceso, pero eso sí, la sobreprotegieron demasiado. A las seis en punto, como le había avisado su madre, las maquilladoras llegaron con su madre.
-Emma, ¿Ese no será el conjunto que te vas a poner para el evento?- le preguntó indecisa su madre.
-Of course, ¿No te gusta? Es formal y a la vez elegante- le respondió con acento británico mientras se acomodaba en la silla más cercana, para que las maquilladoras hiciesen su trabajo. Eran dos, Marie, de unos cincuenta y cinco años, era la maquilladora de su madre desde hacía bastante tiempo, era ancha, pero guapa, era una francesa de los pies a la cabeza, su compañera de trabajo, era joven, así a primera vista, aparentaba unos veinte, era un poco más delgada que Marie, pero no poseía su belleza, era inglesa, pero de familia argentina.
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-No, no y no –dijo su madre, con tono de desaprobación-Ahora mismo voy a buscar un vestido decente y unos complementos, no puedes recibir a los invitados así. Marie alísele el pelo y córtale un poco las puntas. Ezebronia, mientras que ella corta, tú maquillas- dicho esto, se fue veloz como un lince, a buscar algo decente para su hija. Emma ya sabía lo decente que iba a ser lo que su madre iba a elegir, todo lo que ella odiaba, su madre lo amaba, a lo referente a la ropa. Su madre, era una entusiasta de las compras, se podría decir, que era una compradora compulsiva, pero siempre procuraba comprar lo más barato, pero a la vez lo más bonito y elegante.
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En unos pequeños minutos, su madre volvió a entrar por la puerta, en sus manos tenía un vestido de la última colección de H&M, en tono beige con vuelo en tejido de seda, fruncido en la cintura, en una de sus muñecas colgaban unos zapatos de tacón grueso, de color negro. También traía un brazalete de color negro, y unos pendientes beige.
-Estas guapísima-le dijo su madre, mientras le tendía lo que había traído- Esto te quedara mejor, venga, póntelo, te espero abajo.

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