Lectores sonrientes.

viernes, 15 de junio de 2012

Un misterio, demasiados enigmas. 2/∞


Su madre, y las peluqueras, una vez finalizado su trabajo, salieron de la habitación. Emma se quito lo que llevaba puesto, y se puso lo que su madre le trajo, al fin y al cabo, su madre tenía razón, ese vestido con esos complementos le quedaban mejor. Emma dio una vuelta sobre si misma, se puso un abrigo de terciopelo negro, y salió, encaminándose hacia las escaleras. Cuando pretendía poner un pie en el escalón, alguien tropezó con ella.
-Disculpe, señora- le dijo una voz  un poco ronca y masculina- Andaba con prisa, y no me he dado cuenta, lo siento, le ofrezco mis disculpas.
Emma giro hacia el lado derecho, y lo vio, un hombre de unos cuarenta años, alto, con una muy buena forma física, ojos verdes, y una sonrisa dulce y bella, se podría decir, que era guapo, muy guapo.
-¡Oh!- exclamó Emma, al reconocerlo.- Usted es el Sr.Rogan Di Marte ¿No es así?- le preguntó curiosa Emma.
-Si ¿Y usted es?- le pregunto, mientras le sonreía, verdaderamente tenía una sonrisa muy atrayente y dulce. Los Di Marte era otra de las familias más ricas de Londres, eran originarios de Italia, aunque hacia unos cincuenta años, que su familia no vivía allí. Rogan Di Marte había nacido y crecido aquí, poseía el acento italiano, por cierto, muy atractivo y señorial. Había estudiado con un  profesor particular, el menor de la familia, divorciado, y con dos hijos, Filippo y Fermín Di Marte, dieciocho y diez años respectivamente. Poseía el graduado en derecho, se dedicaba  a ser el abogado destacado e ilustre  de las empresas de su padre, Felipe Di Marte, viudo, y demasiado arrogante.
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-Emma Campbell, nos conocimos hace cinco años , tal vez no se acuerde- le devolvió la sonrisa, mientras recordaba la primera vez que lo vio, en el primer evento que asistió con su entonces novio, Roberto DiCaprio, cuando lo recordó, le dio una punzada de dolor, fue su primer y gran amor, también se puede decir único, tuvo con él un corto pero bonito y a la vez triste romance. Emma hizo un gesto de dolor, haciendo que Rogan, se preocupara.

-¿Te pasa algo? ¿Estas bien?-su voz sonaba realmente preocupada por ella. La observaba intentando averiguar lo que le pasaba.
-Si, no te preocupes – sonrió intentando parecer tranquila y serena- Me he acordado de algo, encantada de volver a verte Sr. Di Marte, espero verlo en el evento de mi padre.
-Por favor, llámame Rogan, igualmente, me alegro de haberla visto.

Emma le dio dos besos en cada mejilla, y bajo las escaleras, una lágrima se le deslizo por la mejilla, debido al recuerdo de antes. Roberto. Roberto. Roberto ¿Dónde estarás? Se preguntaba una y otra vez desde aquella noche, desde aquel malicioso segundo. Otra lagrima, se le deslizo, estaban apresuradas por salir, por deslizarse por su suave mejilla, como pudo, se las limpio, procurando que el rímel no se le fuera. Al llegar al gran salón decorado con bellas cortinas de tono rojo burdeos, unas mesas con forma circular, cubiertas con un mantel blanco con pequeños dibujos en la parte inferior , una chimenea en los dos extremos del salón, varios cuadros, de las personas más ilustres de Londres…depositó su abrigo en el perchero de la entrada. Respiro hondo, preparada para pasar una larga noche, rodeada de gente que la mayoría no conocía, aguantando los piropos y las groserías de hombres borrachos a pesar de pertenecer a la alta sociedad. Avanzó sin saber muy bien a donde ir, hasta que a lo lejos puedo distinguir la silueta de su padre. Se acercó despacio, esquivando a la gente, dando vueltas sobre sí misma, girando como si  fuese una bailarina, hasta que porque fin logró llegar donde estaba su padre.
-Papa-le dijo ella, mientras le daba dos calurosos besos.
-Emma, hija mía. Al fin llegaste, quisiera presentarte a uno de mis invitados más importantes y ante todo, mi mejor amigo. El señor Felipe Di Marte. Felipe Di Marte es el empresario más famoso de Londres, ¿Lo recuerdas?
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Emma hizo un gesto pensativo, claro que se acordaba de él, era el típico hombre que nunca se podía olvidar, y no por su físico, sino por las palabras tan educadas, elegantes, y a la vez arrogantes que era capaz de decir cuando tenía ganas de discutir con alguien.
-Oh, por supuesto que sí, papa. Encantada de volverle a verle, señor…Di Marte.
-El placer es mío, no siempre se puede admirar una belleza como la suya, señorita Emma, si me permite tutearla- Felipe Di Marte le sonrió, tendría unos setenta años, a pesar de su edad, era todo un ligón, era viudo desde hacía 8 años, pero siempre se las apañaba para pasar al menos un año con alguna joven modelo guapa, que necesitase abrirse camino en la moda.-Debido a su  belleza deslumbrante-le guiño descaradamente- se me ha olvidado presentarle a mi hijo Rogan Di Marte- giró la cabeza hacia la derecha, haciendo un gesto a alguien para que se acercara- Rogan te presentó a la guapísima hija de mi gran amigo, Emma Campbell.

-¿Emma? Vaya, nos volvemos a ver de nuevo, es un placer- Rogan le ofreció la mano.
-Lo mismo digo- Emma sonrió, admirando sus deslumbrantes ojos verdes mientras se estrechaban la mano.
Su padre y Felipe DiMarte se fueron, dejándoles solos. Rogan parecía preocupado, no paraba de repasar la habitación de arriba a abajo, parecía como si realmente se escondiese de algo, o  simplemente buscando a alguien.

Un misterio, demasiados enigmas. 1/∞


Deslizo despacio sus dedos delgados y con un toque fino por la gruesa pero delicada superficie de color madera, mientras a su vez intentaba hallar un modo de abrirla y descubrir lo que hacía tiempo intentaba saber, y hasta ese momento sin ningún resultado. Emma se había obsesionado con ese pequeño cofre desde hacía diez años, y ni siquiera se había planteado su vida profesional y personal, su día a día era descubrir cuál era el truco de ese insignificante cofre. Sus grandes ojos azules grisáceos aún poseían la luz y la alegría que siempre le habían caracterizado pero también demostraban el cansancio que llevaban, su rizado cabello  de color pelirrojo descendía hasta la cintura, su pequeña nariz y sus finos labios rojos le hacían una mujer realmente bella, aunque lo que más se admiraba de ella era su elegancia para moverse, sus pasos decididos y seguros. A sus treinta y ocho años, había olvidado lo que significaba realmente la vida, nunca se había planteado casarse y mucho menos tener hijos, su día a día era averiguar el código para abrir ese cofre de una vez, diez años que para los que estaban a su alrededor malgastados, en cambio para ella, era un tiempo muy bien invertido, había conseguido avanzar en el campo de investigación de la C.I.A, pero  sin resolver  el caso del cofre que ahora tenía entre sus manos.
-Venga, cofrecito de mi vida, ¿Como te abres? - le preguntó un día al cofre, claramente no recibió respuesta alguna de el, pero ella no se rendía.
Ella una mujer fuerte, segura, sociable, elegante pero a la vez discreta, una mujer verdaderamente positiva. Desde hacia prácticamente toda su vida, había convertido el hotel The Montcalm en su primer e único hogar, tenía todo lo que cualquiera hubiese deseado tener, pero que solo unos pocos podían hacer realidad sus sueños, gracias a la perspicacia de su padre y al esmero de su madre, su familia se mantenía entre una de las más ricas de Londres, su fortuna ascendía a unos novecientos veinte mil millones de libras, y ese dinero seguía subiendo. Emma Campbell abatida se sentó en el sofá más cercano que tenia, desde hacía una semana no podía pegar ojo, su mente estaba continuamente tensa, y poco a poco esa tensión afloraba a la superficie, al menos había perdido unos cinco kilos desde la última vez que recordaba haber dormido, mientras poco a poco sus ojos se iban cerrando, su madre entraba despacio y prácticamente en silencio en la habitación.
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-¡Emma!- le gritó su madre, con  voz alterada- No te duermas, cariño, esta noche tenemos un evento muy importante, vístete ya, las maquilladoras viene a las seis en punto-dicho esto, se fue como había entrando, dejando a su alrededor, el olor del último perfume de Channel.
-Ya voy mama….-le respondió Emma en un susurro, cuando oyó el leve sonido de la puerta al cerrarse-Bueno, otro día sin dormir –se dijo a sí misma, mientras se dirigía al  armario.
Emma se vistió con unos pantalones beige, un jersey sin mangas  rosa claro casi blanco y unos zapatos de tacón del mismo color que el jersey para asistir al evento anual que su padre celebraba en honor a la C.I.A., por su esfuerzo y dedicación para resolver e investigar cualquier caso de alto riesgo. Emma se miro una vez más en el espejo, esperando que las maquilladoras de su madre llegasen. Su madre, Tina Campbell, una mujer de unos sesenta y nueve años, elegante como su hija, amable, cariñosa y muy perfeccionista, poseía unos ojos azules que rara vez pasan inadvertidos ante los demás, su sonrisa de calidez y sencillez, la hacía única como decía su padre, Alberto Eduardo Campbell, jefe de la C.I.A desde hacia veinticinco años, procedente de una familia holandesa rica, con unas raíces un poco multiculturales, aunque se habría criado en Inglaterra, aún tenía el acento francés de su madre, era demasiado tímido , discreto, y como su mujer, perfeccionista pero no muy excesivo. Emma quería ser como su padre, lo admiraba y lo quería demasiado, igual que a su madre, de pequeña solo tenía el apoyo y la compresión de ellos dos, era hija única, la criaron en los mejores colegios, pero la enviaron a una universidad pública, casi nunca le permitieron ningún caprichoso en exceso, pero eso sí, la sobreprotegieron demasiado. A las seis en punto, como le había avisado su madre, las maquilladoras llegaron con su madre.
-Emma, ¿Ese no será el conjunto que te vas a poner para el evento?- le preguntó indecisa su madre.
-Of course, ¿No te gusta? Es formal y a la vez elegante- le respondió con acento británico mientras se acomodaba en la silla más cercana, para que las maquilladoras hiciesen su trabajo. Eran dos, Marie, de unos cincuenta y cinco años, era la maquilladora de su madre desde hacía bastante tiempo, era ancha, pero guapa, era una francesa de los pies a la cabeza, su compañera de trabajo, era joven, así a primera vista, aparentaba unos veinte, era un poco más delgada que Marie, pero no poseía su belleza, era inglesa, pero de familia argentina.
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-No, no y no –dijo su madre, con tono de desaprobación-Ahora mismo voy a buscar un vestido decente y unos complementos, no puedes recibir a los invitados así. Marie alísele el pelo y córtale un poco las puntas. Ezebronia, mientras que ella corta, tú maquillas- dicho esto, se fue veloz como un lince, a buscar algo decente para su hija. Emma ya sabía lo decente que iba a ser lo que su madre iba a elegir, todo lo que ella odiaba, su madre lo amaba, a lo referente a la ropa. Su madre, era una entusiasta de las compras, se podría decir, que era una compradora compulsiva, pero siempre procuraba comprar lo más barato, pero a la vez lo más bonito y elegante.
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En unos pequeños minutos, su madre volvió a entrar por la puerta, en sus manos tenía un vestido de la última colección de H&M, en tono beige con vuelo en tejido de seda, fruncido en la cintura, en una de sus muñecas colgaban unos zapatos de tacón grueso, de color negro. También traía un brazalete de color negro, y unos pendientes beige.
-Estas guapísima-le dijo su madre, mientras le tendía lo que había traído- Esto te quedara mejor, venga, póntelo, te espero abajo.