Lectores sonrientes.

miércoles, 6 de marzo de 2013

El miedo a expresar, sin importar lo que transmite.


Siempre tuvo miedo de escribir. Nunca supo cómo seguir cuando escribía tres frases, las ideas se le amontonaban en su cabecita, era incapaz de ordenarlas y esparcidlas en aquella hoja en blanco que sostenía. Ryan, le avergonzaba que los demás leyeran lo que escribía, le daba la sensación que les iba a aburrir, o simplemente a no gustar. Se escondía los secretos en su cabeza, para luego, si quería y la valentía le animaba, lo escribía en un papel. A sus diecisiete años, aún le gustaba leer libros en papel, y no digitales. Le encantaba el aire libre, antes que pasarse una tarde entera frente a un mero ordenador. Pero lo importante de todo aquello, es que, siempre el miedo a plasmar lo que sentía, le  interponía barreras y nunca llegaba a decir lo que exactamente quería expresar. Pensó que no valía la pena hacerlo, ya que había muchas más personas que escribían realmente mejor que el, y que al lado de ellos, sería un cero enorme y redondo. A Ryan, siempre le afloraban sus inseguridades a la hora de decidirse de hacerlo o no, sopesaba los pros y los contras, y como siempre, salían ganando los contras. Lo más importante para él, era como expresarlo y si a los demás les gustase, no el sentirte a gusto por haberlo plasmado. El miedo al ridículo le cebaba a no hacerlo.Ryan se sentaba siempre en la misma mecedora, desde allí podía observar a la gente pasar, unos corriendo, otros haciendo footing, riendo, divertidos por alguna caída anterior que habían tenido. Ryan sonreía, por verlos hacer lo mismo.

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Una tarde soleada, para él, como otra cualquiera. Una chica bajita de unos catorce años, se le acerco curiosa por saber que hacía todas las tardes allí sentado. Ryan le sonrío, sorprendido por su pregunta. El respondió para inspirarse, le encantaba escribir y el paisaje que veía cada tarde, le daba suficiente frutos para empezar historias nuevas. Ella lo miró, intrigada por lo que escribía, le insistió que le enseñara algo. El, al principio se negó, avergonzado, pero poco a poco cogieron confianza, y accedió.

Una vez que Azucena lo leyó, le sonrío, y alegremente, le confesó que le encantaba, que tenía que enseñárselo a más personas. Tan solo le dijo: “Lo importante no es como lo expresas, si no lo que transmites.”