Deslizo
despacio sus dedos delgados y con un toque fino por la gruesa pero delicada
superficie de color madera, mientras a su vez intentaba hallar un modo de
abrirla y descubrir lo que hacía tiempo intentaba saber, y hasta ese momento
sin ningún resultado. Emma se había obsesionado con ese pequeño cofre desde hacía
diez años, y ni siquiera se había planteado su vida profesional y personal, su
día a día era descubrir cuál era el truco de ese insignificante cofre. Sus
grandes ojos azules grisáceos aún poseían la luz y la alegría que siempre le
habían caracterizado pero también demostraban el cansancio que llevaban, su
rizado cabello de color pelirrojo descendía
hasta la cintura, su pequeña nariz y sus finos labios rojos le hacían una mujer
realmente bella, aunque lo que más se admiraba de ella era su elegancia para
moverse, sus pasos decididos y seguros. A sus treinta y ocho años, había
olvidado lo que significaba realmente la vida, nunca se había planteado casarse
y mucho menos tener hijos, su día a día era averiguar el código para abrir ese
cofre de una vez, diez años que para los que estaban a su alrededor
malgastados, en cambio para ella, era un tiempo muy bien invertido, había
conseguido avanzar en el campo de investigación de la C.I.A, pero sin resolver
el caso del cofre que ahora tenía entre sus manos.
-Venga, cofrecito de mi vida, ¿Como te abres? - le preguntó
un día al cofre, claramente no recibió respuesta alguna de el, pero ella no se
rendía.
Ella una mujer fuerte, segura, sociable, elegante pero a la
vez discreta, una mujer verdaderamente positiva. Desde hacia prácticamente toda
su vida, había convertido el hotel The Montcalm en su primer e único hogar, tenía
todo lo que cualquiera hubiese deseado tener, pero que solo unos pocos podían
hacer realidad sus sueños, gracias a la perspicacia de su padre y al esmero de
su madre, su familia se mantenía entre una de las más ricas de Londres, su
fortuna ascendía a unos novecientos veinte mil millones de libras, y ese dinero
seguía subiendo. Emma Campbell abatida se sentó en el sofá más cercano que
tenia, desde hacía una semana no podía pegar ojo, su mente estaba continuamente
tensa, y poco a poco esa tensión afloraba a la superficie, al menos había
perdido unos cinco kilos desde la última vez que recordaba haber dormido,
mientras poco a poco sus ojos se iban cerrando, su madre entraba despacio y
prácticamente en silencio en la habitación.
-¡Emma!- le gritó su madre, con voz alterada- No te duermas, cariño, esta
noche tenemos un evento muy importante, vístete ya, las maquilladoras viene a
las seis en punto-dicho esto, se fue como había entrando, dejando a su
alrededor, el olor del último perfume de Channel.
-Ya voy mama….-le respondió Emma en un susurro, cuando oyó
el leve sonido de la puerta al cerrarse-Bueno, otro día sin dormir –se dijo a sí
misma, mientras se dirigía al armario.
Emma se vistió con unos pantalones beige, un jersey sin
mangas rosa claro casi blanco y unos
zapatos de tacón del mismo color que el jersey para asistir al evento anual que
su padre celebraba en honor a la C.I.A., por su esfuerzo y dedicación para
resolver e investigar cualquier caso de alto riesgo. Emma se miro una vez más
en el espejo, esperando que las maquilladoras de su madre llegasen. Su madre,
Tina Campbell, una mujer de unos sesenta y nueve años, elegante como su hija,
amable, cariñosa y muy perfeccionista, poseía unos ojos azules que rara vez
pasan inadvertidos ante los demás, su sonrisa de calidez y sencillez, la hacía
única como decía su padre, Alberto Eduardo Campbell, jefe de la C.I.A desde
hacia veinticinco años, procedente de una familia holandesa rica, con unas
raíces un poco multiculturales, aunque se habría criado en Inglaterra, aún tenía
el acento francés de su madre, era demasiado tímido , discreto, y como su
mujer, perfeccionista pero no muy excesivo. Emma quería ser como su padre, lo
admiraba y lo quería demasiado, igual que a su madre, de pequeña solo tenía el
apoyo y la compresión de ellos dos, era hija única, la criaron en los mejores
colegios, pero la enviaron a una universidad pública, casi nunca le permitieron
ningún caprichoso en exceso, pero eso sí, la sobreprotegieron demasiado. A las
seis en punto, como le había avisado su madre, las maquilladoras llegaron con
su madre.
-Emma, ¿Ese no será el conjunto que te vas a poner para el
evento?- le preguntó indecisa su madre.
-Of course, ¿No te
gusta? Es formal y a la vez elegante- le respondió con acento británico
mientras se acomodaba en la silla más cercana, para que las maquilladoras
hiciesen su trabajo. Eran dos, Marie, de unos cincuenta y cinco años, era la
maquilladora de su madre desde hacía bastante tiempo, era ancha, pero guapa, era
una francesa de los pies a la cabeza, su compañera de trabajo, era joven, así a
primera vista, aparentaba unos veinte, era un poco más delgada que Marie, pero
no poseía su belleza, era inglesa, pero de familia argentina.
-No, no y no –dijo su madre, con tono de desaprobación-Ahora
mismo voy a buscar un vestido decente y unos complementos, no puedes recibir a
los invitados así. Marie alísele el pelo y córtale un poco las puntas.
Ezebronia, mientras que ella corta, tú maquillas- dicho esto, se fue veloz como
un lince, a buscar algo decente para su hija. Emma ya sabía lo decente que iba
a ser lo que su madre iba a elegir, todo lo que ella odiaba, su madre lo amaba,
a lo referente a la ropa. Su madre, era una entusiasta de las compras, se podría
decir, que era una compradora compulsiva, pero siempre procuraba comprar lo más
barato, pero a la vez lo más bonito y elegante.
En unos pequeños minutos, su madre volvió a entrar por la
puerta, en sus manos tenía un vestido de la última colección de H&M, en
tono beige con vuelo en tejido de seda, fruncido en la cintura, en una de sus
muñecas colgaban unos zapatos de tacón grueso, de color negro. También traía un
brazalete de color negro, y unos pendientes beige.
-Estas guapísima-le dijo su madre, mientras le tendía lo que
había traído- Esto te quedara mejor, venga, póntelo, te espero abajo.
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